Los locos métodos de Daniel Day-Lewis para meterse en el papel

¿Actor de método? ¿Excéntrico? ¿Loco? Un halo de misterio y misticismo rodea a Daniel Day-Lewis allá donde va. Algo que no contribuye a despejar su escasa relación con los medios durante la promoción de sus películas, sus contadas apariciones públicas y su estudiada carrera cinematográfica. En un principio rechazó el papel de Lincoln por no sentirse personalmente preparado para interpretar al decimosexto presidente de los EEUU. Sin embargo, una vez que le dio el ‘sí’ a Steven Spielberg, hizo todo lo posible para meterse en el papel como solo él sabe.


Para convertirse en Lincoln no le bastaba con la cuidada caracterización física a la que le sometían cada día. Su objetivo era ser Abe a todos los efectos poniendo especial énfasis en conseguir la voz aguda y el acento del presidente. Tal era su empeño que cuentan que prohibió al resto de británicos del equipo que le hablasen con su acento habitual para no contaminarse.

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Esta prohibición no es nada al lado de algunas de las medidas tomadas por Day-Lewis para meterse en otros papeles. El coste de algunos personajes ha sido tal que no es de extrañar que los elija con sumo cuidado y que pasen años entre una película y otra. El más doloroso hasta la fecha ha sido el del poeta paralítico Christy Brown de Mi pie izquierdo (1989). Se pasó todo el rodaje en una silla de ruedas obligando al equipo a darle de comer. La forzada postura le costó dos costillas rotas. En el lado positivo de la balanza hay que poner el Oscar que se llevó.

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Doloroso debió ser también el proceso de neumonía que atravesó durante el rodaje de Gangs of New York (2002) por no querer ponerse un abrigo. Quería vivir como los fundadores de la ciudad de los rascacielos a toda costa y pilló una neumonía de campeonato. Y es que al actor británico le encanta eso de vivir como los personajes a los que interpreta. Para entender al protagonista de La edad de la inocencia (1993) cuenta la leyenda que se paseó por Nueva York con ropajes de 1870, década en la que transcurre la historia. Con esta medida no hizo más que el ridículo y no era molesto para nadie. No así con su decisión de mudarse a una casa como las del siglo XVII para comprender mejor al personaje de El crisol (1996). Sin luz ni agua corriente, lo de ducharse pasó a un seguidísimo plano.


Aunque no siempre sus locos métodos son una tortura física. A veces su empeño por tomarse los papeles tan en serio le reporta ciertos beneficios. Gracias a La insoportable levedad del ser (1988) aprendió checo. Para The Boxer (1998) se convirtió en boxeador tras 18 meses de entrenamiento. Y gracias a los días de aislamiento que pasó preparándose para El último mohicano (1992) es capaz de manejar el hacha, cazar su propia comida y construir una canoa. Puede parecer poco práctico, pero si un día ocurre uno de esos eventos apocalípticos que tanto gustan al cine, seguro que le es de utilidad todo ese conocimiento acumulado.

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En ocasiones necesita la colaboración del equipo para poder llevar a cabo sus métodos de inmersión en el guión. Igual que para Mi pie izquierdo tuvieron que alimentarle, para En el nombre del padre (1993) dicen que se recluyó tres días en una prisión abandonada y pidió que le echasen cubos de agua encima. Así se preparaba para la escena de la tortura. Claro que no todos están dispuestos a participar. Aunque el director de Pozos de ambición lo ha desmentido, existe el rumor de que Kel O’Neill abandonó la película –fue sustituido por Paul Dano– ante el empeño de Day-Lewis de hacer algunas escenas demasiado reales. La leyenda urbana menciona algo del lanzamiento de unas bolas.

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Preguntado en varias ocasiones por la forma en la que trabaja los personajes y cómo los construye, el ganador de dos Oscar ha explicado que parte de su trabajo es darlo todo por el personaje. Vaciarse y convertirse en esa persona. En una ocasión dijo algo así como que “no descubres nada cuando estás tomando una taza de té”. Marcel Proust estaría en desacuerdo con él.